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Cuento de invierno


[About the novel]
 
Había tanto ruido en el pub que cuando sonó el móvil casi no lo oyó. Por los atronadores altavoces situados encima de la barra, Robbie Williams balaba una historia de amor absolutamente inverosímil. Un balido estruendoso. ¡Madre mía! Para colmo, la pareja sentada a su lado había estado peleándose desde que entraron hacía media hora. Se había divertido escuchando la riña durante, digamos, los cinco primeros minutos, pero pronto la aburrieron sus quejas lloriconas; ambos hablaban al mismo tiempo y nadie escuchaba. Nadie excepto Charlie, claro. Les habría dado una idea o dos sobre el modo de resolver la cuestión, pero probablemente ni habrían escuchado. Apartó esos pensamientos e intentó alcanzar el móvil. Se tapó el oído derecho con un dedo y apretó el auricular contra el izquierdo. "¿Sí?"
 
"¡Hola, bonita! ¿Te acuerdas de mí?"
 
"¡Blake!" Charlie apretó el dedo basta el fondo de la oreja, tratando de taporun superchillido de Doña Incomprendida. "¿No me voy a acordar? ¿Cómo estás?" "Bueno, comme ci comme ça, como dicen en la Dulce. En conjunto, bastante bien, creo. He comenzado una nueva fase creativa."
 
"Ah, ¿sí?" Ultratrueno de Robbie. Pobres tímpanos. "Tienes que contármelo todo. Pero, mira, hay un poco de ruido aquí. No te oigo muy bien."
 
"¡Ah, sí, un poquito blandita tú, qué pendeja! Bueno, cambiando de tema: he rota con Chris."
 
"¿De veras?", se inquietó Charlie. "¿Habéis reñido?"
 
"No, yo no lo llamaría riña. Fue más bien como un malestar progresivo, un je-ne-sais-quoi que, simplemente, no cuajó entre nosotros. Bueno, y además, sólo iba por mi dinero, así que... lo largué. Bye-bye, bebé. Blake es hombre libre de nuevo."
 
Charlie se sonrió. Hacía esfuerzos por mostrarse animado y despreocupado. Hacía grandes esfuerzos.
 
"Entonces, ¿te apetece salir de juerga con un hombre libre, Charlie? ¿Probar la mala vida de Londres? Podrías encontrarme otro novio."
 
"¡Blake, me parece estupendo, pero es sábado por la tarde y yo debería estar currando."
 
"¿Cómo? ¿Quieres decir que en este mismo instante estás agarrada al nabo de alguno y que te estoy impidiendo hacer tu... trabajito?"
 
Charlie soltó una carcajada. "¡Anda ya! No. Aunque espero encontrar un cliente. Y no voy a encontrar a nadie si voy contigo."
 
"¿Quieres decir que mi dinero no te vale? ¡Ay, perversilla! Te pagaré, por supuesto. Venga, bonita: cien pavos si me ayudas a encontrar un buen culo esta noche. ¿Te va ese curre?"
 
Charlie consideró el ofrecimiento. Lo había pasado bien charlando con Blake la semana anterior. Y daba la impresión de que necesitaba un amigo esta noche. "Trato hecho. ¿Supongo que vienes tú a Soho?" "Una suposición es mejor que cien supositorios, como digo yo siempre. Te localizaré, no te preocupes, guapa. No hay peligro de que te me escapes, con ese superlindo jersey verde que llevas."
 
Charlie se sobresaltó. Se levantó apoyándose en el travesaño del taburete y paeó la mirada por el local. Ni rastro de Blake. "¿Estas en el pub, Blake?"
 
"Claro, encanto. Echa una miradita a tu derecha."
 
Volvió la cabeza hacia la entrada del lavabo de caballeros. Blake agitó la mano en un festivo saludo y se acercó. Todavía al teléfono, dijo: "Entonces, ¿me has echado de menos, preciosa?" Y le dio un sonoro beso en la mejilla.
 
Charlie desconectó y Ie dio un abrazo apretado. "Idiota. Casi me da un ataque al corazón cuando mencionaste mi jersey. ¿Por qué no viniste a decir hola, sin más?"
 
"Bueeeno", dijo Blake, agitando las manos para dar énfasis. "No quería ser indiscreto. A lo mejor estabas esperando a alguien. O no esperabas a nadie pero esperabas encontrar a alguien... Alguien que no fuera yo, vaya. Y como soy más bien del tipo tímido, discreto, callado, pues..."
 
"Vale, vale, comprendo", rió. "Discreción, vuestro nombre es Blake."
 
Él levantó la mano: "Blake el artista, para ser exactos. No olvidemos el título. Y ahora", buscó al camarero con la mirada, "necesito urgentemente un tintito."
 
***
 
Diez minutos más tarde se habían procurado un sitio libre en un sofá en un rincón relativamente tranquilo y estaban acurrucados "bien agustito", como decía Blake. Charlie estaba echada, apoyada en un brazo del sofá, Blake con la cabeza en su regazo y los pies colgando al otro lado del sofá. Como Blake se había quejado de dolor de cabeza, Charlie le daba masaje en las sienes mientras él le contaba su breve historia amorosa con Chris. Se habían conocido en un bar hacía unas semanas, cuando Blake celebraba su treinta y nueve cumpleaños con su hermano. A él le parecía que no había nada que celebrar en realidad, pero a su hermano menor le hacíia ilusión y no quiso chafárselo. Fueron a un bar gay en North Kensington, cerca del apartamento de Blake.
 
"El Bellybutton en Blake Close", explicó Blake. Un bar muy bonito, una pena que lo cerraran hace dos semanas. ¿No te he hablado ya de Blake Close? Blake Close, cerca de Blake. Está cerca de..."
 
"Mmmm, sí", lo interrumpió suavemente, me lo contaste la última vez, cuando fuimos a tu casa. De hecho, lo contaste cinco veces. Por lo menos."
 
"¡Ah!, ¿sí? Va a ser la edad. Se me olvidan las cosas. La verdad es que da bastante miedo. ¿Te imaginas? Treinta y nueve. Sólo a unos meses de distancia de la afrenta de los cuarenta. ¿Tú crees que es un mal presagio que cuarenta rime con afrenta? Y con violenta. Palabras todas de muy mal agüero."
 
"También rima con contenta", observó ella, "podrías considerarlo un buen presagio."
 
"Bueno. Sí. Puede ser." Se tocó un punto sobre la ceja izquierda. "Aquí, por favor... Gracias, querida. Eres un ángel."
 
Charlie le masajeó la frente con suavidad. "No demuestras la edad que tienes. Yo hubiera pensado que eres cinco años más joven, por lo menos."
 
Blake se levantó disparado, tan rápido que casi le golpea la barbilla con la cabeza.
 
"¡Eres tan cielo!", gritó, achuchándola. "Es que, la verdad, eres mi mejor amiga." Se volvió a hundir en su regazo. "Ahora que lo pienso, sólo tengo una amiga. Aparte de ti, claro. Es una señora muy distinguida, una contessa. De Italia. Italia, un paese bellissimo. ¿Has estado allí?"
 
Charlie negó con la cabeza.
 
"Vale la pena el viaje, sin lugar a dudas. Hay tantas cosas que ver, tanta cultura... Ya sólo con las esculturas romanas, tan eróticas. Si es que uno no puede evitar ponerse cachondo en un museo lleno de estatuas desnudas. ¡Y son todos tan guapos esos dioses romanos! ¡Unos culitos preciosos! ¡Y las pelotas tan lindas! Casi te clan ganas de morder... y a propósito", su cabeza se disparó hacia arriba de nuevo y le sonrió malicioso, "¿te vienes conmigo a La Mouche?"
 
***
 
Después de dar vueltas por Soho durante media hora, Blake localizó por fin el sitio que buscaba. Desde el exterior, La Mouche era un local más bien cutre con un letrero de neón torcido sobre la puerta. Las bombillas de dos de las letras estaban fundidas, de manera que el letrero decía Louche. No muy tranquilizador, pensó Charlie. El gorila que le pidió el carnet de identidad tampoco inspiraba demasiada confianza. Con sus pantalones de cuero ceñidos y su camisetita blanca, la cara atrozmente picada de viruela y la despiadada nariz de boxeador, parecía una versión gay del monstruo de Frankenstein. Blake pagó las entradas y la arrastró tras de sí a las entrañas de La Mouche.
 
Charlie se sintió claustrofóbica al instante. La música era ensordecedora. Un estrepitoso ritmo tecno vibraba en el aire sofocante, viciado, y luces estroboscópicas transformaban el oscuro local en un vertiginoso paisaje surrealista. El tema del bar parecía ser la edad de piedra. Unos escalones toscos, sin labrar, conducían a la sala principal, en la que la gente estaba sentada en grandes bloques de piedra, aferrada a sus copas o mirando el espectáculo del escenario en el centro de la sala. Dos hombres sudorosos bailaban una danza misteriosa, retorciendo brazos y piernas en un extraño arrebato alcohólico. Sobre el escenario colgaba enorme, realista, la mascota que daba nombre al local, flotando amenazadora sobre los danzantes. Parece el Titty Twister, pensó Charlie incómoda. Le parecía que en cualquier momenta iban a aparecer George Clooney y Quentin Tarantino.
 
Blake le dio un codazo. "¡Que fuerte!, ¿no, cariño?"
 
Charlie le dirigió una sonrisa insegura. ¿En serio, disfrutaba él con esto? Al parecer ella era la única clienta del local, aparte de dos chicas que se besaban apasionadamente en la boca, la lengua horadada de piercings de cada una de ellas entrando y saliendo de la boca de la otra. Los hombres estaban sentados en parejas o en tríos, besándose o cogidos de las manos. Charlie se preguntó como la había dejado entrar siquiera el gorila. Estaba tan fuera de lugar como una feminista en una reunión de francmasones. Como un foie gras en una comida vegetariana.
 
Blake le hizo seña de que esperara y se fue hacia el bar. Ahora se sentía aún más expuesta. Tenía la clarísima sensación de que ojos invisibles la estaban observando desde los más oscuros escondrijos de aquel antro. Criaturas de Lovecraft surgiendo amenazadoramente en las sombras, espiándola con ancestrales ojos escamosos. Charlie empezó a mirar a su alrededor, guardando su espalda. Esperaba que Blake no tardara en volver.
 
"Aquí tienes, querida", le gritó a la oreja, sobresaltándola. Ahora le zumbaban los oídos. Fantástico. Cogió el vaso de líquido rojo que le tendía Blake y olfateó el borde con recelo: sabor a moras, ultradulce. Almibarado... Suspiro. Charlie tomó un sorbo. Otto codazo. Blake señaló un pedrusco en un rincón. Lenguaje de signos del cavernícola. Traducción al cistiano: ¿Nos sentamos?
 
Charlie asintió y se fueron hacia aquel lado. Después de un rato, sus ojos empezaron a adaptarse a la oscuridad y el ruido parecía menos ensordecedor. Probablemente porque a estas alturas ya estoy media sorda, pensó Charlie, inquieta.
 
Blake se inclinó sobre su hombro y le chilló al oído: "¿...rece ése?" Señaló a un tipo que estaba sentado solo al borde del escenario, mirando a los danzantes.
 
¿Quería que alguien rezara? No podía ser.Charlie frunció el ceño. Después, comprendió: había dicho "¿Que te parece ése?" Examinó al tipo, dudosa. ¿Aquel mono papamoscas su nuevo amor? Sacudió enérgicamente la cabeza y dio su veredicto: en contra. Quería decirle a Blake que este no era el sitio idóneo para buscar rollo, pero no sabía cómo comunicar por señas una idea tan compleja.
 
Blake señaló a otra posible víctima. Charlie estaba a punto de dar un asentimiento reticente cuando un gigantón agarró el culo del candidato. Asunto resuelto. Dirigió a Blake una sonrisa de conmiseración y le dio un beso en la mejilla. Él se encogió de hombros, sonrió y le hizo seña de que siguiera buscando por el local.
 
Durante un rato miraron en silencio la escena. En un momento dado, Charlie señaló un tipo que le parecía bastante atractivo: hombros anchos, tórax musculoso, melena ondulada. Blake sacudió la cabeza como un perro sacudiéndose el agua. En respuesta a su mirada interrogativa movió los labios sin voz: "demasiado viejo". Charlie puso los ojos en blanco. Otro al que le ponían los adolescentes. Qué petardo. Eso reducía en un 80 % como mínimo las posibilidades de encontrar un novio adecuado en aquel lugar.
 
Se inclinaba para gritarle al oído la palabra "wáter" cuando vio a un hombre que se dirigía sin prisas a la piedra que ocupaban. Mirando a Blake. Claramente examinándolo de arriba abajo. Más que de arriba abajo.
 
Charlie se electrizó. Y eso le recordó que tenía que mear. Le sonrió al tipo, le pasó su copa media vacía a Blake y dejó la vía libre para una conversación romántica.
 
***
 
No fue fácil encontrar los servicios. Le llevó casi un minuto comprender que no había lavabo de señoras en La Mouche. Las infrecuentes clientas tenían que conformarse con el wáter unisex que había en el local. Si es que se puede llamar wáter al montón de porquería que había detrás del letrero LAVABOS. Seis urinarios pestilentes y una taza con una tabla mugrienta al otro lado de una puerta desvencijada. Un hombre mayor con pantalones de cuero negro y botas de vaquero se apoyaba en el tabique. Con los ojos medio cerrados, apuntaba un vacilante chorro de orina hacia el urinario más próximo. En su camiseta color lavanda se leía BÉSAME escrito en lentejuelas de color rosa brillante. No, pensó Charlie. Su vejiga luchaba dolorosamente contra su instinto de higiene y dignidad. Examinó el gancho mohoso que probablemente había servido en tiempos mejores de cierre de la puerta del wáter. Por más que lo intentó no consiguió tirar de él lo suficiente como para encajarlo en la armella metálica que había en el marco de la puerta. Tras intentarlo unas cuantas veces, renunció. ¿Y si conseguía encajarlo y después descubría que no podía sacarlo? Lo último que deseaba era tener que pedir a gritos que le ayudaran a salir de un apestoso lavabo de hombres. ¡Dios mío, que vergüenza!
 
"¿Sabes lo que dicen del profeta y la montaña?" Charlie giró en redondo. El tipo de la camisa lavanda había terminado su aportación a la porquería del suelo y estaba devolviendo el goteante apéndice a su refugio de cuero. Ante el silencio de ella, levantó los ojos y repitió: "¿Lo sabes?"
 
Charlie se quedó estupefacta. ¿Qué quería con ella este tío? No tendría que haberse quedado aquí, probablemente estaba ofendido de que lo hubiese visto mear. No lo había mirado, de hecho, pero quién sabe lo que...
 
El hombre meneó la cabeza con impaciencia y se acercó a ella. ¿Quizá lo que procedía era una rápida salida estratégica? Antes de que pudiera tomar una decisión sobre cómo reaccionar, el tipo había llegado al compartimento del wáter, la había metido en él de un empujón y había entrado detrás.
 
Los pensamientos de Charlie se atropellaron. Se suponía que este era un bar gay. El sitio más seguro para una chica. ¿Cuándo se había visto que violaran a una mujer en un bar gay? Abrió la boca para protestar, pero el hombre levantó la mano imponiendo silencio.
 
"La montaña", declaró levantando el gancho oxidado todo lo que pudo, "no vendrá al profeta." Agarró la armella con el puño derecho. "Así que el profeta", continuó, tirando con fuerza de la armella de modo que casi la arrancó de su encaje, "tiene que ir a la montaña." ¡Plaf! Metió el gancho en la armella, que colgaba ahora a una pulgada de la pared, se volvió hacia ella y sonrió. Charlie lo miró sin saber que decir.
 
Desenganchó el pestillo y salió del compartimento. "Que usted se pea bien."
 
***
 
Cuando volvió a la sala principal, el reencuentro con la música fue como un mazazo en la frente. Entrecerró los ojos para adaptarse a la semioscuridad del local y trató de averiguar si Blake estaba todavía charlando con aquel tipo. Sí, allí estaban, al parecer en animada conversación. Charlie se preguntó cómo conseguían entenderse en aquel ruido infernal. Cuando se acercó, la respuesta a su pregunta resultó evidente: no estaban hablando, ni mucho menos; estaban besándose. El lenguaje de los enamorados. Qué bonito.
 
Charlie le dio a Blake un toquecito en el hombro. No quería molestar, pero... Blake se deshizo del abrazo de su recién descubierto enamorado. "¡Eh, preciosa!", gritó. "Siéntate."
 
Charlie se sentó. Decididamente, estaba mejor amaestrada que Bobbie. Miró en torno, preguntándose qué hacer. ¿Acaso esperaba Blake que se sumara al besuqueo? Si era ése el caso, tendría que decírselo. No era ella de las que se entrometen en una pareja gozosamente entregada al morreo.
 
Blake le dio un codazo y le gritó algo. Ella hizo con las manos gestos interrogadores para comunicarle que no entendiá.
 
Él sacudió la cabeza y volvió al lenguaje de signos: un dedo delicado y cuidado que apuntaba a su entrepierna. Elegantes manos de escultor que agarraban el culo de su nuevo amor. Eso para el sujeto y el objeto. Y a continuación, el verbo: el índice y el pulgar formaron una O, el dedo medio de la otra mano entró y salió varias veces del círculo. Yo-follar-lo.
 
Charlie suspiró y asintió. Vale, hasta ahí estaba claro. Se señaló a sí misma y repitió el gesto interrogador. Y yo, ¿que?
 
Blake sonrió abiertamente. Rebuscó en los bolsillos de su chaqueta, sacó un rulo de billetes arrugados y se lo dio. A continuación le estampó un sonoro beso en la mejilla. "Misión cumplida", le gritó al oído.
 
Charlie sonrió. ¡Era tan encantador! "Pásalo bien", le contestó.
 
Él sonrió, asintió con la cabeza y le dijo adiós con la mano. Gracias, querida.
 
Ella le revolvió el pelo cariñosamente y se levantó. Los danzantes seguían ejecutando sus lánguidos movimientos. Al pasar junto al escenario le llamaron la atención sus rostros relajados como en un éxtasis gozoso. Parecían felices, absortos en un delicioso, arrebatado universo de movimientos fluidos y sueños placenteros. Vio a alguien que le hacía señas desde el otro lado de la plataforma. Su conocido de los lavabos. Le devolvió el saludo y le envió un beso. Él se rió y levantó su copa en un brindis de despedida. A la luz destelleante, las lentejuelas de su camisa brillaban como gotas de lluvia al sol del verano.
 
 
Sandra Schmit: A Winter Tale. Luxemburgo: ultimomondo. 2009. p 47-54.
Traducción del inglés de Mariate de la Torre
 

 

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